Por A. Jonathan Mejía
Allá en casa siempre hubo gratitud. Ahora les explico. Ocurrió en algún lugar en El Salvador -de calle polvorienta- hace muchos años. Tendría unos 8 años, al lado de unos amigos, mi hermano y mi hermana jugábamos hasta el agotamiento y terminábamos hambrientos. Con el estomago pegado al espinazo.
En serio, con muchísima hambre. Teníamos un problema, y era que el sueldo de mi padre, como asistente de pastor en una iglesia, no alcanzaba para llenar estómagos vacios, si acaso, había para los tres tiempos. Y eso ya era bastante. Pero luego de corretear, brincar la cuerda, jugar a las escondidas y seguir corriendo por el placer de mover las piernas; ¡en esos años el cuerpo le funciona a uno de maravilla!
En casa siempre hubo gratitud.Terminábamos acabados.
Y para esas ocasiones que yo le llamaba "emergencia" guardaba una moneda que valía 3 centavos - "cuartillo le decían, no era mucho pero era "milagrosa" aquella monedita. Sigan la historia-. La sacaba de debajo de mi almohada pensando:
- Esta es una emergencia, si no como, me muero. Y con aquel enorme agujero en la caverna vacía de mi estomago, desaparecía tras una estela de polvo que dejaban mis pies descalzos al correr a la "tienda".
- Doña Alicia, ¿me daría la semita -un trozo de pan dulce con miel adentro, delicioso que mataba el hambre al instante- más grande que tenga?
Y resuelto a entregar mi tesoro puse la monedita sobre el mostrador de vidrio que me quedaba a la altura de la nariz. Doña Alicia, bendita mujer, se inclinó hacia mí poniendo en mi mano la "semita" más grande que jamás hayan visto mis ojos, tan grande era que la sostenía a dos manos y no podía cogerla, ¡huy!, mis ojos casi se me salían de alegría. Esta semita calmaría mi hambre hasta la cena, si es que las oraciones de mi madre eran contestadas&ellipsis; y Dios proveía.
Mi padre siempre andaba predicando en algún lugar. Doña Alicia tomaba mi monedita y estirándose sobre el mostrador nuevamente -con una voz angelical, ojos hermosos y una sonrisa- decía:
- Aquí tienes tu monedita y te daré el vuelto. Me devolvía mi tesoro que guardaba en caso de emergencia ¡y otra moneda igual!
- Quizás tu hermano quiera una semita también, -me repetía.
Cuando escuchaba esas palabras y hasta el día de hoy, con ojos humedecidos por las lágrimas, creo que ella era un ángel.
Aquella mujer hizo lo mismo con mi hermano, luego con mi hermana, y cuando ya teníamos llena la barriga y el corazón contento, yo podría regresar mi monedita "milagrosa" al lugar secreto bajo mi almohada hasta la próxima "emergencia". O ataque de hambre.
Ese milagro de la multiplicación de la "semita" sucedió muchísimas veces hasta que nos fuimos de ese lugar. Yo no supe que había un día apartado especialmente para "Acción de Gracias", hasta que estudié en la Universidad de LeTourneau, en Longview, TX., pero mi corazoncito infantil siempre vivió con mucha gratitud.
La última vez que vi a Doña Alicia fue al inicio de mi servicio como piloto aviador misionero, ella me abrazó, me besó tiernamente en la mejilla diciéndome:
- Jonathan, ahora es tu turno de ofrecerte a las personas hambrientas como un trozo de semita, como pan que se come.
Lloré. Nunca la he vuelto a ver pero en alguna caja de cartón guardo una monedita...en caso de emergencia.
Cada Día de Acción de Gracias agradezco a Dios con el corazón de un niño, descalzo, sin camisa, con pantalón corto y con un gran corazón para compartir "el Pan de Vida".
Mi hermano hace lo mismo en Mosaic, creo que es el Pastor titular de esa Iglesia en Louisville, KY. Él debe de recordar la historia.
--A. Jonathan Mejía, Curridabat, Costa Rica
el Intérprete Online, noviembre-diciembre, 2012