Jim Winkler*
21 de mayo, 2012 | Comentario Iglesia y Sociedad
Lo vi en los comités legislativos, en las conversaciones en los pasillos, en los acuerdos tras bambalinas y en los debates de la plenaria.
Muchos factores causaron este ambiente:
? Pánico por el declive de la membresía en los Estados Unidos;
? La nueva voz de los delegados africanos;
? El error de la asamblea legislativa de negarle a nuestros hermanos y hermanas lesbianas/gay/bisexuales/transgénero (LGBT) un estatus de igualdad con el resto de los miembros de la iglesia, y
? La batalla sucia sobre la restructura de las agencias de la iglesia.
Falta de inclusión
Me entristeció la renuencia de la Conferencia General para admitir a nuestros hermanos y hermanas LGBT. Como ocurrió con la lucha por derechos civiles, no pasarán muchos años y los que votaron en contra dirán que siempre estuvieron a favor.
Un momento decisivo fue el debate sobre si los creyentes podemos ser separados del amor de Dios. Al final, el 56% votó a favor de Romanos 8:38, 39 para incluirlo en el preámbulo a los Principios Sociales.
La llamada Carta de Compasión fue rechazada en un comité legislativo, porque algunos delegados argumentaron que el endoso de la compasión podía entenderse como el endoso de homosexuales.
La pelea más fea
La pelea más grande y fea fue la batalla sobre la restructuración. Pronto se abandonó el fingir que el asunto tenía que ver con promover congregaciones con vitalidad. Más bien, el asunto se convirtió en un sucio forcejeo por el poder y el control de las agencias de la iglesia. Los partidos en pugna no pudieron ponerse de acuerdo y el comité que trataba el asunto simplemente se desplomó declarando que no tenían ningún plan que proponer.
Reacios a aceptar el fallo del comité legislativo, representantes del Llamado a la Acción, el Equipo Interino de Operaciones, la Mesa Conexional y el Concilio de Obispos hicieron un acuerdo con el grupo que apoyaba el Plan B, y produjeron lo que llamaron el Plan IMU, que no era más que revivir el antiguo Concilio General de Ministerios (GCOM) pero con más poder.
Es irónico que algunas de las personas que, en la Conferencia General 2012, trabajaron febrilmente para desmantelar el GCOM sobre la base que era anticuado e ineficiente, ahora luchaban para revivirlo con el nombre de Concilio General de Estrategia y Supervisión.
Lo increíble es que, después de un gasto fenomenal de dinero de la iglesia gastado en reuniones, consultas, folletos, argumentos y grupos de presión, ninguno de los que proponían sus planes se dieron el tiempo de echarle una mirada a la Constitución de la Iglesia o a la decisión de 1972 emitida por el Concilio Judicial, que clara e inequívocamente afirmaba:
Retórica engañosa
Los defensores de los planes de restructuración afirmaron que habían hecho "un buen trabajo". No concuerdo con esta afirmación. Gastaron enormes sumas de dinero de la iglesia, despreciaron la constitución de la iglesia y precipitaron innecesariamente a la Conferencia General a un estado de agitación. Dudo que ninguno sea llamado a rendir cuentas por sus acciones imprudentes.
El gasto de operar las agencias generales es como un centavo de cada dólar que se ofrenda en la iglesia local. Ese dinero y el número de personas que trabajan en las agencias se han ido achicando en los últimos 40 años.
Uno no se enterará de estos hechos si pone atención a la engañosa retórica usada por los defensores de los planes de restructuración, durante la Conferencia General. La idea de que existe una "monstruosa" burocracia de las agencias es simple un disparate.
Yo deseo ver más congregaciones con vitalidad y no creo que la presente estructura de la iglesia sea lo ideal, pero afirmar que las agencias son el obstáculo más grande para el desarrollo de congregaciones con vitalidad es algo demostrablemente falso. El buscar que se retengan los fondos asignados, como un defensor de la restructuración lo hizo en la Conferencia General, es patéticamente irresponsable.
La Iglesia Metodista Unida será mejor servida si, en la Conferencia General 2016, se crea una Conferencia Central de los Estados Unidos, se anula el anticuado sistema de jurisdicciones y se establecen límites al tiempo de servicio de los obispos.
Más difícil que lograr estas cosas será cambiar la cultura de miles de nuestras congregaciones para que dejen de ser clubs privados y se conviertan en lugares de adoración que dan la bienvenida a todos y que buscan transformar el mundo en el nombre de Jesucristo.
*Jim Winkler es Secretario General de la Junta General de Iglesia y Sociedad de la Iglesia Metodista Unida con base en Washington D.C.
21 de mayo, 2012 | Comentario Iglesia y Sociedad
Jim Winkler, director de Iglesia y Sociedad, se dirige a la prensa durante la Conferencia General 2012, en Tampa, Florida. Foto UMNS por Mike DuBose.
Lo vi en los comités legislativos, en las conversaciones en los pasillos, en los acuerdos tras bambalinas y en los debates de la plenaria.
Muchos factores causaron este ambiente:
? Pánico por el declive de la membresía en los Estados Unidos;
? La nueva voz de los delegados africanos;
? El error de la asamblea legislativa de negarle a nuestros hermanos y hermanas lesbianas/gay/bisexuales/transgénero (LGBT) un estatus de igualdad con el resto de los miembros de la iglesia, y
? La batalla sucia sobre la restructura de las agencias de la iglesia.
Falta de inclusión
Me entristeció la renuencia de la Conferencia General para admitir a nuestros hermanos y hermanas LGBT. Como ocurrió con la lucha por derechos civiles, no pasarán muchos años y los que votaron en contra dirán que siempre estuvieron a favor.
Un momento decisivo fue el debate sobre si los creyentes podemos ser separados del amor de Dios. Al final, el 56% votó a favor de Romanos 8:38, 39 para incluirlo en el preámbulo a los Principios Sociales.
La llamada Carta de Compasión fue rechazada en un comité legislativo, porque algunos delegados argumentaron que el endoso de la compasión podía entenderse como el endoso de homosexuales.
La pelea más fea
La pelea más grande y fea fue la batalla sobre la restructuración. Pronto se abandonó el fingir que el asunto tenía que ver con promover congregaciones con vitalidad. Más bien, el asunto se convirtió en un sucio forcejeo por el poder y el control de las agencias de la iglesia. Los partidos en pugna no pudieron ponerse de acuerdo y el comité que trataba el asunto simplemente se desplomó declarando que no tenían ningún plan que proponer.
Reacios a aceptar el fallo del comité legislativo, representantes del Llamado a la Acción, el Equipo Interino de Operaciones, la Mesa Conexional y el Concilio de Obispos hicieron un acuerdo con el grupo que apoyaba el Plan B, y produjeron lo que llamaron el Plan IMU, que no era más que revivir el antiguo Concilio General de Ministerios (GCOM) pero con más poder.
Es irónico que algunas de las personas que, en la Conferencia General 2012, trabajaron febrilmente para desmantelar el GCOM sobre la base que era anticuado e ineficiente, ahora luchaban para revivirlo con el nombre de Concilio General de Estrategia y Supervisión.
Lo increíble es que, después de un gasto fenomenal de dinero de la iglesia gastado en reuniones, consultas, folletos, argumentos y grupos de presión, ninguno de los que proponían sus planes se dieron el tiempo de echarle una mirada a la Constitución de la Iglesia o a la decisión de 1972 emitida por el Concilio Judicial, que clara e inequívocamente afirmaba:
Dudo que ninguno sea llamado a rendir cuentas por sus acciones imprudentes.Bajo la Constitución de la Iglesia Metodista Unida, la creación y formación de directorios y agencias generales de la iglesia, el establecimiento de sus estructuras, la determinación de sus funciones, deberes y responsabilidades, y la instauración de las prioridades de la iglesia son funciones legislativas reservadas únicamente para la Conferencia General. Estas funciones legislativas no pueden ser delegadas.
Retórica engañosa
Los defensores de los planes de restructuración afirmaron que habían hecho "un buen trabajo". No concuerdo con esta afirmación. Gastaron enormes sumas de dinero de la iglesia, despreciaron la constitución de la iglesia y precipitaron innecesariamente a la Conferencia General a un estado de agitación. Dudo que ninguno sea llamado a rendir cuentas por sus acciones imprudentes.
El gasto de operar las agencias generales es como un centavo de cada dólar que se ofrenda en la iglesia local. Ese dinero y el número de personas que trabajan en las agencias se han ido achicando en los últimos 40 años.
Uno no se enterará de estos hechos si pone atención a la engañosa retórica usada por los defensores de los planes de restructuración, durante la Conferencia General. La idea de que existe una "monstruosa" burocracia de las agencias es simple un disparate.
Yo deseo ver más congregaciones con vitalidad y no creo que la presente estructura de la iglesia sea lo ideal, pero afirmar que las agencias son el obstáculo más grande para el desarrollo de congregaciones con vitalidad es algo demostrablemente falso. El buscar que se retengan los fondos asignados, como un defensor de la restructuración lo hizo en la Conferencia General, es patéticamente irresponsable.
La Iglesia Metodista Unida será mejor servida si, en la Conferencia General 2016, se crea una Conferencia Central de los Estados Unidos, se anula el anticuado sistema de jurisdicciones y se establecen límites al tiempo de servicio de los obispos.
Más difícil que lograr estas cosas será cambiar la cultura de miles de nuestras congregaciones para que dejen de ser clubs privados y se conviertan en lugares de adoración que dan la bienvenida a todos y que buscan transformar el mundo en el nombre de Jesucristo.
*Jim Winkler es Secretario General de la Junta General de Iglesia y Sociedad de la Iglesia Metodista Unida con base en Washington D.C.